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A. RIVERO
 

que, como he dicho, defendía la población, emprendieron la retirada, y también los Guardias civiles y algunos otros rezagados pertenecientes al Ejército. La Policía mu- nicipal quedó encargada de mantener el orden en la población. El jefe de la estación, Géigel, después de destruír todas las baterías y conexiones de la línea telegráfica, cargó los aparatos en un caballo y siguió al destacamento que se retiraba, a pesar de que todos sus familiares quedaron en Fajardo, y no obstante las instancias del doc- tor Veve y otros amigos, que le aconsejaban permaneciese en la población.

D. Joaquín López Cruz, telegrafista de Fajardo, hoy secretario del Tribunal Supremo de Puerto Rico.

López Cruz, que estaba enfermo, quedó en su casa. El alcalde, Andréu, parecía vaci- lante; y tanto él, como los veci os más prominentes, notaron cierta ex- citación en las masas populares y la entrada y salida de individuos sospe- chosos, pudiendo llegar a la conclu- sión de que se fraguaba algo muy grave contra los españoles, dueños de la mayor parte del comercio de la ciudad. El día 5, y muy de mañana, el doc- tor Santiago Veve Calzada, hombre de gran corazón y generosos senti- mientos, pero de ideas francamente anexionistas, resolvió atajar el golpe que se preparaba, evitando a su pue- blo un día de sangre y luto. Intentó comunicarse con el teniente coronel D. Joaquín López Cruz, telegrafista de Fajardo, hoy secretario. del Tribunal Supremo de Puerto Rico. Francisco Sánchez Apellániz, coman- dante militar de Humacao, pero no le fué posible por estar interrumpidas todas las líneas telegráficas, y enton- ces, llevando como intérprete a un tortoleño de nombre John, marchó al faro y allí se puso al habla con un teniente de marina, jefe del destacamento que ocupaba el edi- ficio, a quien le hizo un relato de todo lo ocurrido, añadiendo que la población es- taba sin amparo y que era inminente un ataque sangriento por parte de gente revol- tosa y mal aconsejada; que él, no pudiendo obtener auxilio de las tropas españolas, porque todas se habían retirado, estaba resuelto a emplear todos los medios posi- bles para contener aquel movimiento. El teniente le contestó que nada podía hacer, porque sus órdenes se limitaban a la captura y custodia del faro, pero que le acon- -ejaba fuese a bordo del Amphitrite y hablase con su comandante.