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CRÓNICAS
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En Río Piedras tomé el tranvía, y ya en San Juan, subí a San Cristóbal, dando cuenta detallada de mi comisión al general Ortega, quien me oyó con interés; y^ después de decirme algo que he olvidado, tomó el camino hacia el palacio de Santa Catalina. Era ya de madrugada, cuando regresó malhumorado y triste; el capitán general, después de oír el relato de mi aventura y los planes de Ortega para salir aquella noche con 200 infantes, cien artilleros de mi compañía, la batería de monta- ña, al mando del capitán Arboleda, algunos Guardias civiles y la guerrilla montada de Bolívar, había rechazado de plano tales proposiciones.

— Casi me ha insultado cuando le hablé de pulverizar el faro a cañonazos y traer

amarrados a San Juan al doctor Veve y a Prisco Vizcarrondo — dijo el valiente

D. Ricardo, y añadió: — Parece que en el Estado Mayor me acusan de entrome- tido. Ellos creen que solamente debo inmiscuirme en los asuntos de la plaza

Y como resultado de aquella entrevista entre generales, no fui a Fajardo en busca de Veve y de Prisco.

El general Macías, la misma noche, ordenó a su ayudante de campo, coronel Pedro del Pino, que, con fuerzas del batallón Patria y 3, Provisional, y 20 Guardias civiles a caballo, total 200 hombres, marchase sobre Fajardo, en cuya población reci- biría las últimas instrucciones. La columna se formó en el campamento de Hato-Rey y siguió en ferrocarril hasta Carolina el día 6 de agosto, pasando el río que hay más allá de aquel pueblo, por un puente de carretas construido bajo la dirección del capitán de ingenieros Barco, llegando todos, algunas horas después, a Río Grande. Poco antes se incorporó la guerrilla montada del 3.° Provisional, a cuyo frente, y desde Río Piedras, iba el teniente de Voluntarios, Rafael Colorado. En dicho pueblo descansó la tropa dentro de la iglesia, que fué cedida para ello por el párroco, padre Bonet, y allí permanecieron todos hasta la caída de la tarde.

A esa hora se reanudó la marcha, yendo en vanguardia Colorado con algunas parejas montadas; vadearon el río Espíritu Santo, acampando algún tiempo en la finca del rico hacendado y ganadero Eduardo González, quien generosamente facilitó carne y todo lo necesario para la comida de la tropa. Muy de mañana se levantó el campamento y siguieron hacia Luquillo, en cuyo poblado se dio el primer rancho a la fuerza, y después de un corto descanso continuaron a l'ajardo.

A las cuatro de la tarde, 7 de agosto, se avistó la población y toda la columna hizo alto sobre el camino, ordenando su jefe que el teniente Colorado avanzase con algunos jinetes voluntarios para reconocer la ciudad, playa y faro, volviendo con las noticias adquiridas lo antes posible. Este oficial, con cuatro Guardias civiles monta- dos, penetró en Fajardo, encontrando desiertas y cerradas todas sus casas, salió en dirección de la playa, y escalando una loma, a la izquierda del camino, pudo divisar los buques americanos fondeados frente al faro, y también la bandera americana flotando sobre este edificio y el de la Aduana. Aunque su misión había terminado, bajó a galope con su gente, y haciendo alto junto a la Aduana dio órdenes a un