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CRÓNICAS
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y en su salón principal, encontramos al mayor general Brooke, co- mandante en jefe del Ejército americano, con todo su estado mayor y gran número de oficiales, Cuerpo Consular y otras personas más que no recuerdo. Los secretarios del Gabinete autonómico fueron recibidos por el comandante en jefe americano, con especial y predilecta atención y distinción. A mí me pareció que el caudillo militar americano miraba en nosotros la oficial y genuina representación del pueblo de Puerto Rico. El momento y la escena se hicieron, desde luego, graves y solem- nes; todos guardábamos silencio, militar y absoluto, casi religioso. Los hombres de sentimiento y de pensamiento portorriqueños que allí estábamos, luchadores probados y entusiastas por las libertades patrias, nos mirábamos unos a otros con fija e interrogante mirada, mudos los labios, pero palpitantes los corazones. Nuestra mente volaba rápida, con vertiginosa rapidez, hacia atrás unos cuantos años, en la corta historia de nuestras vidas individuales y de nuestras luchas políticas; y cuatrocientos años en la historia de la vida colectiva de nuestro pue- blo, y, luego, desandando lo andado, volvía a la realidad y contem- plaba, atónita, el momento presente, de aquel día memorable, trágico, grandioso, decisivo, tratando, en vano, de penetrar con diáfana mirada las nebulosidades del porvenir, que se alzaba ante nuestros ojos. Pero, sobre lo solemne y grave de aquel inesperado y trascenden- tal momento, en nuestra historia, había algo que se hacía oír, impe- rioso y más fuerte que el estruendo de las baterías, y era la voz del deber, que nos había llamado, en aquella ocasión, a ocupar nuestros puestos, firmes y serenos, en la misión que nos tocaba en suerte, de ostentar la representación del pueblo de Puerto Rico. Inmediatamente después de los saludos y presentaciones de rigor, por órdenes superiores se organizó un cortejo y desfile, en la siguiente forma: en primer término, el comandante en jefe americano, llevado del brazo por el Sr. Muñoz Rivera, presidente del Gabinete autonó- mico; en segundo lugar, el almirante Scheley, llevado del brazo por el I que esto escribe, secretario de Gracia y Justicia. Después, los otros dos secretarios del despacho, llevando del brazo, Carbonell, al gene- ral Gordon, y Blanco, al teniente coronel Hunter, abogado de la Co- misión. Y en seguida, el Cuerpo Consular, oficiales y funcionarios. Partimos de los salones de la Fortaleza, bajamos su escalera prin- cipal y toda la comitiva fué a colocarse en la plazoleta que está de- lante de la puerta de entrada al edificio, guardando el orden de pre- ferencia apuntado y situados el general en jefe y Gabinete autonómico a la derecha (saliendo). Serían las doce, más o menos, de una mañana clara y espléndida.