Página:Crónica de la guerra hispano-americana en Puerto Rico.djvu/609

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
CRÓNICAS
559
 

necesitada. A diario recibo peticiones de auxilio, y reparto de 40 a 50 raciones a viudas, ancianos y cesantes. He aquí el menú:

Por la madrugada, café negro con un cuarto de libra de pan; a las diez y treinta mi- nutos, primer rancho, compuesto de un gran plato, bien condimentado, de carne (media libra por plaza), garbanzos, papas, tocino y chorizos, y media botella de vino Angu- ciana para cada uno. A las dos de la tarde, gazpacho frío, y a las cinco el segundo rancho, de la misma clase del primero. La ración diaria de pan es de libra y media.

Cada artillero tiene un haber mensual de 1 3 pesos españoles; de ellos deja doce y medio centavos para rancho y pan, percibiendo solamente cinco cada día; el resto queda en fondo, con cargo al cual recibe ropas, zapatos y todo su vestuario, y ade- más el de su catre. Con el vellón diario debe atender a todos sus gastos, recibiendo, a cuenta de sus ahorros, un peso cada mes para pagar su lavandera.

Generalmente ningún soldado abona nada a su lavandera, y se las arregla en forma tal, que siempre tiene lo bastante para concurrir a los cafés, fumar y hacer otros gastos menudos. A pesar de recibir tan poco dinero, mis hombres están con- tentos, gruesos y animosos; como rondo todas las noches, algunas, oculto tras los cañones, percibo lo que hablan; todos creen, como artículo de fe, en nuestra victo- ria, sintiendo un gran desprecio por el enemigo.

Julio, 25. — El general Ortega está de buen humor y acaba de comunicarme sus deseos, que son dos: primero, capturar un yanqui, de uniforme, para verle la cara] y segundo, capturar también un buque enemigo, anclarlo en la bahía y dormir en él la siesta todas las tardes.

— Anoche muchas personas salieron hacia Santurce; de la ciudad subía un ru- mor de fuga que me ha causado tristeza. Yo creo que hacen bien; si la ciudad es bombardeada de nuevo, como se dice, ninguna utilidad reportaría a su defensa el que los no combatientes sean muertos y heridos.

No solamente los paisanos demuestran temor, que yo justifico; hombres que llevan uniforme, aunque escasos en número, tampoco saben disimular el desequilibrio de sus nervios.

— Momo, el poeta festivo, ha pasado todo este día a mi lado.

<^ Quiero comer el rancho de tu batería y oler la pólvora de tus cañones, me dice. Siempre me han tenido por un cobarde y yo creo que lo soy; pero ahora no siento temor alguno; yo estoy en San Juan y aquí me quedaré; no haré lo que tantos pendejos, que en tiempo de paz se comían a los niños crudos y ahora están echando a perder su ropa interior. Yo conozco muchas lavanderas que han tenido que dejar su oficio; una de ellas, negra, vieja, me dijo ayer:

— Yo lavo ciertas miserias cuando provienen de los niños, ¡se comprendel; pero no me da la gana de lavar inmundicias de tanto mandulete.y>

Así dijo Momo, y a petición mía estampó con su propia mano y lápiz tales refle- xiones en este diario.

— Por conducto desconocido, hasta ahora, llegan alarmantes noticias; parece que se avecina un formidable ataque a la plaza. Ayer, por la noche, todos los veci- nos que permanecían en la ciudad se han marchado. San Juan parece un cementerio; recorro sus calles y la plaza principal y no encuentra a nadie.

Julio, 2^, — Se aclara el misterio. Ayer desembarcó por Guánica una parte del ejército americano; se habla, con gran secreto, de sangrientos combates; la alarma cunde entre todos. Avisan de Fajardo que, frente a aquel faro, hay cuatro buques enemigos. El general Ortega está intratable y le cuesta mucho trabajo disimular la opinión que tiene del coronel Camó.

Comienza la guerra en Puerto Rico. ^Qué pasará.^*

• — Todos los cónsules extranjeros han visitado hoy al capitán general.