nador civil, el teniente general D. Manuel Macías y Casado, caballero afable y culto, pero que demostró durante la guerra ser más político que estratégico. Era segundo cabo, gobernador de la plaza de San Juan, el general de división D. Ricardo Ortega y Díez, un verdadero soldado, valiente hasta la temeridad, pero de carácter a veces franco y ge- neroso, a veces impulsivo y rencoroso.
La Isla estaba dividida en siete distritos militares: Ponce, Mayagúez, Arecibo, Aguadilla, Humacao, Guayama y Bayamón. Cada uno deéstos estaba al mando de un jefe.
Defensas de San Juan.—San Juan, la única plaza fuerte al estallar la guerra, tenía artilladas varias baterías con 43 piezas de calibre medio, todas de hierro, y ninguna de tiro rápido.
Por muchos años San Juan y toda la Isla estuvieron desartillados. Desde el año 1797, fecha de la invasión inglesa, no se había disparado un tiro de guerra, y nadie pensaba, ante el temor de parecer ridículo, en bélicos alardes. El Tesoro de Puerto Rico remesaba a Madrid religiosamente el importe de cuanto material de guerra se recibía. Hasta el año 1896 no hubo montadas en San Juan otras piezas que las usadas el siglo anterior. No por el Cuerpo de Ingenieros, que carecía de fondos, sino por los mismos oficiales y tropa de artillería, se montaron entonces algunas piezas Ordóñez, propias solamente para el combate cercano, pero ineficaces, a distancia, contra acorazados. La mayor parte de estos trabajos fueron realizados, con mucho celo e inteligencia, por el capitán de artillería Ramón Acha Caamaño.
Puerto Rico tenía pedidas y pagadas con sus fondos algunas piezas Krupp de 30 centímetros, piezas que nunca vinieron por negarse a ello la Compañía Trasatlántica, también se pidieron con urgencia dos baterías de campaña Nordenfelt, de tiro rápido, las cuales no llegaron. Vino, sí, una grúa Krupp para desembarcar dichas piezas, una locomóvil caminera, y