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100 — Arturo Trailles

Pero había llegado el momento de comprender que era alguien y se debía al trabajo. Conversaba de un modo admirable y sentía la angustia de haber vivido los años como un frasco de perfume, evaporándose en el aire. Sus artículos, esparcidos en diarios y revistas, ¿no eran la promesa de un fuerte escritor? Y sus primeros versos ¿no anunciaban un poeta, nuevo en América por la índole de su inspiración?

Empezaron los análisis de su complicada naturaleza para reducir á formas sus sensaciones. Entonces el pesar con que recordó sus ensayos llenos de facilidad, hoy que empezaba por no dominar su lengua. Concebía un arte encantador y fuerte, pero sembrado de dificultades, en la madurez de un talento que era al propio tiempo el de un principiante.

Le desesperaba no escribir maravillosamente lo pensado, y sentía hasta no poder aprisionar en los cendales del verso los imposibles de su sensibilidad enfermiza: misteriosas palpitaciones, sugestivas vaguedades, enternecimientos sin causa, esfumados contornos, impenetrables esencias. Vivía encadenado á la tierra por el perfume, el calor, el sonido, infundiendo nueva vida á las cosas, como si las creara aun más bellas, en un viril rejuvenecimiento; y de sus dedos se escapaba