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Cuento de Navidad — 135

por rosas, que lanzan querubes tejidos en los encajes.

Mariposas suspensas por hilos invisibles, derraman en el ambiente la gloria de sus colores, y revolotean sobre los estuches abiertos, amueblados por miniaturas de porcelana. Y allá en el fondo, entre los tonos de las hojas exóticas, trovadores, estudiantes, Mignones; cabezas rubias, cabezas empolvadas, marquesas de Versalles, musmets del Japón, Margaritas y Ofelias; un encanto de la fantasía alrededor de una mesa presidida por Polichinela, que agita platillos y cascabeles, como riéndose de los que miran y sueñan sobre aquellas caras de biscuit, torsos y vientres de aserrín...

Mira —murmuró Celia; y Marta vió en la vidriera de en frente, entre reflejos de espadas y puñales, la imagen de D. Pancho Viale.

Erguido dentro de su traje, firme en su paso de hombre opulento, envuelto en humo de cigarro, pasaba sin que nadie le dijera: — mira — cuando ella apretaba la mano de Mimí, con rabia y dolor.

— Me voy —dijo á Celia, y se perdió en la multitud, con los ojos entornados: huía del fulgor de las tiendas que vibran con vértigo la palabra del lujo. Y Mimí, siguiéndola apenas, sin entrever su amargura, se prometía