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72 — Página íntima

Cuando entré á la portería, donde con el otro niño mirábamos con asombro las telas de los monjes penitentes; cuando pasé á la sala donde yacía el cadáver del noble sacerdote; entre todas aquellas cosas que murmuraban frases antiguas, creí ver al muerto fuera del ataúd, rezando en su breviario, con el aire de un abuelo ungido por el Señor.

Salí después á contemplar el patio. La casa ha sufrido reformas, pero siempre tiene la parra, y el comedor antiguo con sus ventanas y rejillas. La puerta verde, que llevaba á las aulas del colegio, ha desaparecido. Los gorriones pían en los árboles como antes, y son otros. No se siente por sobre la pared la algazara del recreo; no se oye la voz del maestro gritando: — á clase, es la hora. Ah! la blusa azul, tan fea y tan hermosa, tan pobre y tan rica, me mira con tristeza, desteñida por los años...

Un rostro de pómulos salientes, una barba selvática contrastando con una calva brillante, el cuerpo cubierto por una semi-sotana lustrosa... es él, quién puede ser sino el hermano Antonio. Y el buen Antonio que no ha envejecido, aquel que con tanto orgullo nos servía su dulce de ciruelas pergaminosas, pasa sin conocerme. Yo quisiera preguntarle por los viejos pantalones de cuadros, que salían rabiando bajo su túnica, y que ya no lleva. ¿Qué