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Página:Cuentos clásicos del norte.djvu/112

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Cuentos Clásicos del Norte

aquella obra y pensar en su probable influencia sobre el hipocondriaco, el día en que después de informarme bruscamente de que Lady Mádeline había fallecido, me manifestó su intención de conservar el cadáver durante una quincena en alguna de las numerosas bóvedas que existían en los muros del edificio, antes de proceder a su definitiva inhumación. La razón principal que adujo para este singular procedimiento era de tal naturaleza que no me dejaba libertad de discutirla. Sentíase el hermano inclinado a esta resolución, según explicó, a causa de los extraños síntomas de la enfermedad de la difunta, de ciertas interrogaciones acres e importunas de parte de los médicos y de la situación lejana y a la intemperie que ocupaba el cementerio de la familia. No negaré que al rememorar el siniestro continente del personaje a quien encontré en la escalera el día de mi llegada a la casa, se me pasaron todos los deseos de oponerme a aquello que después de todo sólo consideraba inofensiva y de ninguna manera extraordinaria precaución.

A petición de Úsher, yo mismo le ayudé en las disposiciones para el entierro temporal. Después de colocado el cuerpo en el ataúd, nosotros solos lo condujimos al lugar de su descanso. La bóveda en que lo depositamos, cerrada por tan largo tiempo que nuestras antorchas oscilaron en su pesada atmósfera, nos dejó poca oportunidad para pesquisas minuciosas; era pequeña, húmeda, y estaba absolutamente desprovista de medio alguno para recibir la luz; quedando situada a