claro, por consiguiente, que habíais de combinar las dos ideas de Orión y de Chantilly. Pude observar que las combinabais por la clase de sonrisa que apareció en vuestros labios. Pensabais en la inmolación del pobre remendón. Hasta aquel momento habíais conservado vuestra habitual manera de andar; pero os vi entonces erguiros en toda vuestra altura, y no pude menos que experimentar la certidumbre de que recordabais la diminuta figura de Chantilly. En este momento interrumpí vuestras meditaciones para observar que, en efecto, es un mozo muy pequeño Chantilly y que estaría mejor en el Théâtre des Variétés.—
Poco tiempo después de esta conversación, leíamos juntos cierta edición de la Gazette des Tribunaux, cuando atrajo nuestra atención el artículo siguiente:
Esta madrugada, a las tres más o menos, los habitantes del Quartier Saint-Roch despertaron de su sueño por una serie de alaridos terroríficos que partían, al parecer, de una casa de la rue Morgue que se sabía ocupada únicamente por Madame L'Espanaye y su hija, Mademoiselle Camille L'Espanaye. Después de algún retardo ocasionado por tentativas infructuosas para penetrar en la casa por los medios ordinarios, se logró forzar la puerta de entrada con una palanca de hierro, y ocho o diez de los vecinos entraron acompañados por dos gendarmes. A este tiempo los gritos habían cesado; pero mientras la partida se precipitaba por las escaleras del primer piso, pudieron escucharse dos o más voces ásperas en iracunda disputa, las cuales parecían provenir de la parte más elevada de la casa. Cuando el grupo llegó al segundo descanso de la escalera, había cesado el ruido y todo estaba perfectamente