asesinatos!—exclamé;— algún maníaco escapado de cualquier maison de santé de las cercanías.
—En cierto modo, —replicó,— vuestra idea no está desprovista de razón. Pero la voz de los locos, aun en sus más furiosos paroxismos, jamás ha concordado con la descripción de la voz peculiar oída arriba. Los locos tienen alguna nacionalidad, y su lenguaje, aunque incoherente en su fraseología, tiene siempre la coherencia del silabeo. Además, el pelo de los locos no es semejante al que tengo entre las manos. Desenredé este pequeño mechón de entre los dedos rígidos y crispados de Madame L'Espanaye. Decidme lo que pensáis acerca de esto.
—¡Dupín! —exclamé, completamente enervado; —¡este pelo es de lo más raro; esto no es cabello humano!
—Ní yo he dicho que lo fuera,— repuso él; —pero antes de decidir este punto querría que miraseis el pequeño croquis que he delineado en este papel. Es un facsímile de lo que se ha descrito en cierta parte del testimonio como "obscuras marcas y profundas huellas de uñas" en la garganta de Mademoiselle L'Espanaye; y en otra declaración, la de Messieurs Dumas y Étienne, como "una serie de manchas amoratadas producidas evidentemente por la impresión de los dedos."
—Observaréis— continuó mi amigo, extendiendo el papel ante mis ojos sobre la mesa, —que este dibujo da la idea de un apretón firme y fijo. No hay el menor deslizamiento aparente. Cada dedo ha conservado, probablemente hasta la muerte de