para estafar a los millonarios ingleses y austríacos. En materia de pinturas y de joyas, Fortunato era tan charlatán como sus compatriotas; pero tratándose de vinos antiguos era sincero. A este respecto yo valía tanto como él materialmente: era hábil conocedor de las vendimias italianas, y compraba grandes cantidades siempre que me era posible.
Fué casi al obscurecer de una de aquellas tardes de carnaval de suprema locura cuando encontré a mi amigo. Acercóse a mí con exuberante efusión, pues había bebido en demasía. Mi hombre estaba vestido de payaso. Llevaba un ceñido traje a rayas, y en la cabeza el gorro cónico y los cascabeles. Me sentí tan feliz de encontrarle que creí que nunca terminaría de sacudir su mano.
Díjele:
—Mi querído Fortunato, tengo una gran suerte en encontraros hoy. ¡Qué bien estáis! Pero escuchad; he recibido una pipa[1] que se supone ser de amontillado, mas tengo mis dudas.
—¡Cómo! —repuso él.— ¡Amontillado! ¿Una pipa? ¡Imposible! ¡Y en mitad del carnaval!
—Tengo mis dudas, —repliqué;— y he cometido la bobería de pagar el precio completo del amontillado antes de consultaros sobre este punto. No podía encontraros y temía perder un buen negocio.
¡Amontillado!
Tengo mis dudas,
¡Amontillado!
Necesito aclararlas.
- ↑ Sobre 492 litros, 130 galones