dejarme solo. Pero al día siguiente logré escapar a su vigilancia levantándome muy temprano y me largué a las colinas en busca del árbol. Después de mucho trabajo logré encontrarlo. Cuando volví a casa por la noche, mi criado se proponía administrarme una corrección. El resto de la aventura lo conocéis tan bien como yo.
—Imagino,—dije,—que en la primera tentativa de excavación errasteis el sitio por la estupidez de Júpiter de hacer caer el insecto por el ojo derecho de la calavera en vez del izquierdo.
—Precisamente. Este error nos daba una diferencia de dos pulgadas y media en el sitio del tiro, es decir, en la posición de la estaca que quedaba cerca del árbol. Si el tesoro hubiera estado enterrado bajo el tiro, la diferencia habría sido de poca monta, pero aquel punto y el punto más cercano del árbol servían sólo para establecer una línea de dirección; de consiguiente, el error, aunque insignificante al principio, aumentaba conforme avanzaba la línea, de manera que al llegar a los cincuenta pies estábamos completamente fuera de la pista. De no haber tenido mis convicciones bien sentadas de que existía un tesoro enterrado por cualquier parte en los alrededores, toda nuestra labor habría sido en vano.
—¡Pero vuestra grandilocuencia y vuestras maneras haciendo revolotear el insecto eran tan extraordinarias! Yo estaba seguro de que habíais perdido el juicio. Y luego ¿por qué insistir en que Júpiter dejara caer el escarabajo en vez de una bala por el ojo de la calavera?