bles. Conocía además el hecho, digno de tenerse en cuenta, de que los vástagos de la raza de Úsher, muy respetada en todo tiempo, jamás habían dado vida a ninguna rama lateral vigorosa; en otras palabras, que la familia entera estaba representada por su descendencia directa y que siempre había acontecido lo mismo con pequeñas y temporales diferencias. Esta deficiencia, consideraba yo, enlazando en el pensamiento la armonía perfecta de la índole de aquella circunstancia con la individualidad característica de los descendientes de la casa de Úsher, y calculando la posible influencia que la falta de ramas colaterales podía haber ejercido en un lapso de varías centurías por la consiguiente transmisión directa de padres a hijos del patrímonio junto con el nombre, era indudablemente la razón de haberse identificado ambos de tal suerte, que el título oríginal de la propiedad quedó al fin absorbido en la singular y ambigua denominación de "Casa de Úsher," que parecía incluir a la vez, en la mente del pueblo que la usaba, el nombre de la familia y el nombre de la mansión.
He dicho que mi infantil experimento de mirar al fondo del estanque tuvo como único resultado agravar más aun mi prímera y extraña impresión. Es indudable que la conciencia del rápido desarrollo de mi superstición —¿por qué no llamarla asi?— sirvió sólo para acrecentarla. Tal es, como lo sabía hace mucho tiempo, la ley paradójica de todos los sentimientos que tienen por base el terror. Y puede muy bien haber sido ésta la