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La Leyenda del Valle Encantado

y Gunpowder, el negro corcel y el jinete duende pasaron como una exhalación.

A la mañana siguiente encontraron al viejo caballo sin silla y con la brida a los pies, pastando juiciosamente el césped a las puertas de su amo. Íchabod no se presentó al desayuno; llegó la hora del almuerzo, pero Íchabod no llegó. Los muchachos se reunieron en la escuela y vagaron indolentemente por las márgenes del arroyo sin que nada se supiera del maestro. Hans Van Ripper comenzaba ya a sentir alguna inquietud por la suerte del pobre pedagogo y por su silla de montar. Hiciéronse investigaciones y tras diligente pesquisa halláronse sus huellas. A un lado del camino que conducía a la iglesia encontraron la montura hundida en el polvo; las señales de los cascos de dos caballos en vertiginosa carrera al parecer, y profundamente marcadas en la carretera, llevaban al puente, pasado el cual, en las orillas de la parte más ancha del arroyo, donde corre el agua negra y profunda, se encontró el sombrero del infortunado Íchabod, y muy cerca de allí una calabaza rota.

Sondearon el arroyo sin llegar a descubrir el cuerpo del maestro. Hans Van Rípper, a fuer de ejecutor testamentario, examinó el paquete que contenía todos los tesoros que poseía Íchabod en el mundo. Consistían en dos camisas y media; dos corbatines; uno o dos pares de medias de estambre; un viejo par de calzones cortos de pana; una navaja mohosa; un libro de salmodia con las puntas llenas de dobleces; y un diapasón roto.