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El May-Pole de Merry Mount

Su mano derecha sostenía un cetro dorado, emblema de alta dignidad entre los alegres adoradores del May-pole; mientras oprimía con la izquierda los gráciles dedos de una hermosa doncella, no menos brillantemente ataviada que su compañero. Vívidas rosas contrastaban, en su esplendente colorido, con los obscuros y sedosos rizos de sus cabelleras, y veíanse esparcidas a sus pies, donde quizá brotaron espontáneamente. Detrás de la luminosa pareja y tan próximo al May-pole que las ramas más bajas sombreaban su semblante jovial, había un sacerdote inglés adornado de sus vestiduras canónicas, pero cubiertas de flores a la moda del paganismo, y llevando una corona de vid natural. Por el extravío de sus ojos movibles y la decoración pagana de su continente parecía el monstruo más selvático y el verdadero Como de la reunión.

—¡Adoradores del May-pole!— exclamó el florido oficiante, —alegremente han resonado los bosques todo el día con vuestro regocijo. Pero ésta debe ser vuestra hora más feliz, corazones míos. Si; aquí están el rey y la reina de Mayo, a quienes yo, un clérigo de Óxford y gran sacerdote de Merry Mount, voy a unir en este instante con los santos lazos de Himeneo. ¡Levantad vuestro espíritu ligero, vosotros, bailarines moriscos, hombres de las selvas y risueñas doncellas, osos, lobos y cornudos caballeros! Venid, entonad un coro ahora, vibrante con el antiguo júbilo de la alegre Inglaterra, y con el entusiasmo más exaltado de esta fresca selva; y luego, una danza para mostrar a esta joven