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Cuentos Clásicos del Norte


el May-pole, que ha convertido su historia en un cuento lleno de poesía. La primavera cubría de botones y de frescos y verdes vástagos el venerado emblema; el verano le traía rosas del más vivo colorido y el follaje perfecto de los bosques; el otoño le enriquecía con su pompa roja y amarilla que convertía cada hoja silvestre del bosque en una pintada flor; y el invierno le plateaba con su escarcha, adornándole de estalactitas hasta que resplandecía a la luz semejando todo él un rayo helado del sol. Así alternaban las estaciones su homenaje al May-pole pagándole el tributo de su más rico esplendor. Sus adeptos bailaban en torno del árbol por lo menos una vez al mes; denominábanle a veces su religión o su altar; pero en toda ocasión representaba el estandarte de Merry Mount.

Desgraciadamente, había en el Nuevo Mundo ciertos hombres que alardeaban de una fe más austera que la de aquellos alegres adoradores del May-pole. No muy lejos de Merry Mount había una colonia de puritanos, hombres los más infelices, que recitaban sus plegarias antes del amanecer y trabajaban luego en los bosques o en las sementeras hasta que la noche les llamaba de nuevo a la oración. Tenían siempre sus armas apercibidas para atacar a los salvajes extraviados. Cuando se reunían en cónclave, jamás era para sostener el clásico regocijo inglés, sino para escuchar sermones que se prolongaban tres horas, o proclamar premios por cabezas de lobos o cabelleras de indios. Sus fiestas eran días de vigilia y su distracción principal el canto de los salmos. ¡Desgraciado del