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El May-Pole de Merry Mount

unidos para siempre, en la fortuna o en la adversidad. Miráronse primero uno a otro y luego enderezaron la vista a la torva faz del capitán. Asi transcurría la primera hora de sus bodas, mientras los vanos placeres de que sus compañeros eran el emblema se trocaban en las arduas dificultades de la vida, personificadas en los sombríos puritanos. Mas nunca se había revelado su juvenil belleza tan elevada y tan pura como cuando su esplendor se abrillantaba con el infortunio.

—¡Joven, —dijo Éndicott,— te encuentras en momentos difíciles, tanto tu como la doncella que es tu esposa. Estad preparados; porque imagino que tendréis motivo para recordar el dia de vuestras nupcias!

—¡Hombre inflexible! —exclamo el rey de Mayo, —¿como podré conmoverte? Si tuviera los medios, resistiría hasta la muerte, pero encontrándome impotente, me rindo a tu voluntad. ¡Haz de mi lo que quieras, pero deja marchar ilesa a Édith!

—De ningún modo, —replicó el cruel fanático.

—No hemos de mostrar, ciertamente, vana cortesía hacia un sexo que requiere la más estricta disciplina. ¿Qué dices, doncella? ¿Sufrirá tu dulce esposo tu parte de penas además de la suya propia?

—¡Así sea la muerte, aplicadlas todas sobre mi cabeza! —exclamó Édith.

En verdad, como decia Éndicott, encontrábanse los pobres amantes en terrible situación. Sus enemigos triunfaban, sus amigos estaban prisioneros y abatidos, su hogar desolado, obscura soledad les rodeaba y un destino riguroso encarnado en el