—Ese arte se conoce en Italia, —dijo Álice.—
El teniente gobernador había vuelto de su abstracción y escuchaba sonriendo la conversación de sus jóvenes parientes. Sin embargo, su voz tenia un timbre peculiar cuando hizo la explicación del misterio.
—Siento mucho, Álice, destruir tu fe en las leyendas a que eres tan aficionada, —observó; —pero mis investigaciones de anticuario me han hecho conocer hace largo tiempo el tema de este cuadro, si cuadro hemos de llamarle; el cual no es ya visible, ni lo será jamás, como jamás ha de verse de nuevo el rostro del hombre a quien representaba, enterrado largos años ha. Era el retrato de Édward Rándolph, fundador de esta casa, y personaje famoso en la historia de la Nueva Inglaterra.
—¿De aquel Édward Rándolph, — exclamó el capitán Lincoln, —que obtuvo la revocación de la primera carta constitucional de la provincia, bajo la cual nuestros antecesores habían gozado privilegios casi democráticos?
—Era el mismo Rándolph, —respondió Hútchinson, removiéndose inquieto en su silla. —¡Fué su destino saborear la amargura del odio popular!
—Nuestros anales refieren, —continuó el capitán de Castle Wílliam, —que las maldiciones del pueblo siguieron dondequiera a ese Rándolph, causándole daño en todos los acontecimientos posteriores de su vida, y mostrándose aún en cierta manera estos mismos efectos en las circunstancias de su muerte. Dicen también que la oculta pesadumbre de esta maldición, hizo mella igualmente en su exterior, y