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Página:Cuentos clásicos del norte (Segunda serie).djvu/200

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Leyendas de la Casa Provincial

—¡Silencio, necia chiquilla!— profirió al fin, más ásperamente de lo que jamás se dirigiera a la gentil Álice. —La censura de un rey es más terrible que el clamor de una salvaje y descarriada muchedumbre. Capitán Lincoln, está decidido. Las tropas reales ocuparán la fortaleza de Castle Wílliam. Los dos regimientos restantes se alojarán en la ciudad o acamparán en terrenos comunales. Es tiempo ya, después de tantos años turbulentos y casi de rebelión, que el gobierno de su majestad tenga un muro de fuerza para resguardarlo.

—¡Confiad, señor, confiad todavía un poco más en la lealtad del pueblo, —repuso el capitán. —No le enseñéis que puede estar con los soldados ingleses en otros términos que en los de la fraternidad más cordial, como cuando peleaban juntos en la guerra francesa. No convirtáis en campamento las calles de vuestra ciudad natal. ¡Pensadlo dos veces, antes de entregar a otras manos, que no sean las de los verdaderos naturales de la Nueva Inglaterra, el viejo Castle Wílliam, llave de la provincia!

—Joven, está decidido, —repitió Hútchinson, levantándose de su silla. —Un oficial estará de servicio esta noche para recibir las instrucciones necesarias para el acuartelamiento de las tropas. Vuestra presencia será también necesaria. ¡Hasta entonces, adiós!—

A estas palabras el teniente gobernador abandonó precipitadamente la habitación, mientras Álice y su primo seguían lentamente, conversando bajito y deteniéndose de vez en cuando para lanzar