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Página:Cuentos clásicos del norte (Segunda serie).djvu/270

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El Entierro de Róger Malvin

encuentran excluídos de toda sociedad; y así Dorcas hizo notar como dato de importancia que era el doce de mayo. Su marido se estremeció.

—¡El doce de mayo! ¡Debería recordarlo bien!— murmuró, mientras un torrente de pensamientos ocasionaba cierta confusión momentánea en su mente. —¿Dónde estoy? ¿Dónde me encuentro vagando? ¿En dónde le he dejado?—

Dorcas, demasiado acostumbrada a las maneras inciertas de su marido para notar especialmente esta nueva peculiaridad, dejó el almanaque a un lado y se dirigió a él con aquel tono melancólico que los corazones tiernos dedican a los pesares largo tiempo enfriados y desvanecidos.

—Por estos días, en este mismo mes, hace dieciocho años, mi pobre padre abandonó este mundo por otro mejor. Tuvo un brazo cariñoso para sostener su cabeza y una tierna voz para alentarle en sus últimos momentos, Rubén; y el pensamiento de los afectuosos cuidados que le prodigaste me ha consolado muchas veces desde aquel tiempo. ¡Oh! ¡La muerte sería horrible para un hombre solitario en un lugar tan abandonado como éste!

—¡Ruega al Cielo, Dorcas, —dijo Rubén con voz interrumpida, —ruega al Cielo que ninguno de nosotros muera solitario y quede insepulto en esta triste soledad! —Y se apresuró a alejarse, dejándola cuidar del fuego bajo los tétricos pinos.

La rapidez de la marcha de Rubén Bourne disminuyó poco a poco conforme se hacía menos sensible el dolor que las inocentes palabras de Dorcas le habían producido. Mil extrañas re-