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Cuentos Clásicos del Norte

—Esta inmensa roca es la piedra tumularia de tu familia más cercana, Dorcas,— dijo su marido.

—Tus lágrimas regarán a la vez la tumba de tu padre y la de tu hijo.—

Ella no le oyó. Con un alarido salvaje, que pareció brotar de lo más hondo de su alma dolorida, se desplomó insensible junto al cuerpo de su amado hijo. En el mismo instante la rama marchita en la copa del roble se deshizo en el ambiente tranquilo y cayó en ligeros y suaves fragmentos sobre la roca, sobre las hojas, sobre Rubén, sobre su mujer y su hijo y sobre los huesos de Róger Malvin. Entonces se conmovió el corazón de Rubén y brotaron lágrimas de sus ojos como el agua de una roca. El hombre abatido por la desgracia redimió la solemne promesa del mancebo herido. Su crimen quedaba expiado; la maldición se apartaba de su lado; y después de haber vertido sangre más querida a su corazón que la suya propia, subió a los cielos por primera vez en largos años una plegaria de labios de Rubén Bourne.