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Cuentos Clásicos del Norte

de delectación, un apretar los puños y saltar y danzar y besar los pies de Nolan; y un precipitarse general hada el barril en adoración espontánea a Vaughan, el deus ex machina de la ocasión.

—Decidles,— continuó Vaughan, muy complacido, —que los llevaré a todos al Cabo de Palmas.—

Esto no hizo ya tan buen efecto. El Cabo de Palmas estaba realmente tan alejado de su patria como Nueva Órleans o Río de Janeiro, lo cual significaba que quedarían allí eternamente separados de su hogar. Y como comprenderéis, los intérpretes dijeron inmediatamente, —¡Ah, Palmas no!— y comenzaron a proponer multitud de expedientes diversos con la mayor volubilidad. Vaughan parecía decepcionado por el resultado de su magnanimidad, y preguntó seriamente a Nolan lo que decían. Gotas de sudor perlaban en la pálida frente del pobre Nolan cuando hizo callar a los hombres y repitió:

—Dicen que a Palmas no. Dicen que se les lleve a su patria, a su propia tierra, a su propia casa; que se les lleve adonde están sus propios chiquillos y sus propias mujeres. Dice uno que tiene padre y madre ancianos que morirán si no le ven. Y este otro dice que dejó a todos enfermos en su casa, y que remaba con dirección a Fernando para rogar al médico blanco que les socorriese, cuando estos demonios le cogieron en la bahía justamente enfrente de su hogar, y que desde entonces no ha vuelto a ver a nadie de su familia. Y este otro dice,— se atragantó Nolan, —que no ha sabido una sola palabra de su tierra durante seis