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La Leyenda del Valle Encantado

su parte con las anécdotas de brujería y de pavorosos augurios y apariciones portentosas y ruidos en los aires, que acontecían en los antiguos tiempos de Connécticut; y llenábalas de angustia con diversas consideraciones sobre los cometas y estrellas errantes, así como sobre el hecho alarmante de que el mundo giraba absolutamente en redondo y que estaban precisamente a medio camino de la voltereta.

Pero si existía algún placer en tales conversaciones mientras se encontraban abrigados y protegidos en el rincón de la chimenea, en una habitación vivamente alumbrada por el resplandor de los crujientes leños y donde ningún espectro se hubiera atrevido por cierto a asomar la faz, este goce se pagaba caramente con los subsiguientes terrores del camino de regreso a los respectivos hogares. ¡Qué figuras y sombras más horrendas a lo largo del sendero, entre la bruma y brillo sepulcral de una noche de nevada! ¡Con qué anhelante mirada examinaba Íchabod cada rayo tembloroso de luz brillando a través del vasto campo desde alguna distante ventana! ¡Cuan frecuentemente sintióse atemorizado ante cualquier arbusto cubierto de nieve que, cual fantasma revestido de una sábana, parecía espiar su camino! ¡Cuántas veces se estremeció de helado pavor al sonido de sus propios pasos en la endurecida corteza de la tierra, sin atreverse siquiera a mirar por encima del hombro por temor de encontrarse con algún ser extraordinario marchando pesadamente a sus talones! ¡Y cuan a menudo se sintió des-