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La Leyenda del Valle Encantado

Van Rípper o cualquier otro de sus tacaños patrones, y enviaría a rodar al ambulante pedagogo que se atreviera a llamarle camarada.

El viejo Baltus Van Tássel discurría entre sus invitados con rostro dilatado por la alegría y buen humor, tan redondo y jovial como el plenilunio de otoño. Sus hospitalarias atenciones eran breves pero expresivas, limitándose a un apretón de manos, alguna palmada en el hombro, una risotada y la apremiante invitación para "embestir a las cosas, y atenderse cada uno por sí mismo".

Pronto el sonido de la música en la sala o aposento general invitaba a danzar. El ejecutante era un negro viejo de pelo gris, que por más de medio siglo había sido la orquesta ambulante de todo el vecindario. Su instrumento aparecía tan viejo y maltratado como el dueño. La mayor parte del tiempo rascaba el violinista sólo dos o tres cuerdas acompañando con la cabeza cada movimiento del arco; inclinándose casi hasta el suelo y dando un golpe con el pie siempre que iba a comenzar una nueva copla.

Íchabod estaba tan orgulloso de sus cualidades de danzarín como de su poder vocal. Ni uno solo de sus miembros, ni una sola de sus fibras quedaba en reposo; y al ver su destartalada figura toda en movimiento y chacoloteando alrededor del cuarto, habría podido creerse que San Vito en persona, el bendito patrón de la danza, había descendido entre los bailarines. Constituía la admiración de los negros de todas edades y tamaños que, habiéndose reunido de la misma granja y del vecindario,