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Cuentos cortos

remos con más fervor y resistiremos mejor las malas inclinaciones..."

El hermano José sintió que de la vieja madera del confesonario se desprendía un olor a marmita humeante, que él rechazó cerrando fuertemente los ojos.

Pere el Diablo mete la pata en las cosas del señor. Era sábado y se debían comer en Santo Domingo las albóndigas de ritual. El hermano Benedicto, cocinero de la comunidad, ponía en este potaje singulares esmeros: la carne más tierna, las mejores pasas de Corinto, las más puras especias, el vino añejo, algunos recortes de pan ázimo, el aceite de olivas eran la base de las deliciosas albóndigas que, dispuestas en fuentes de viejísima plata, parecían manzanas confitadas.

El hermano José miró las albóndigas que dese chó tantas veces y se le hizo agua la boca. Se sirvió una, y se sirvió otra, y cuando iba a dejar se encontró con la mirada del padre Bonifacio que le decía: — Come! — Y se sirvió dos más... Y tomó vino...

Concluída la cena se dijo el rezo de práctica y el hermano José se dirigió a su celda. A pierna suelta durmió el bendito lego al principio. Pero a la media noche sintióse desasosegado, un sudor frío mundaba su frente. A primera luz abandonó el lecho. Había tenido una pesadilla: las balas de las torres habían sido robadas y él no pudo gritar, no pudo llamar para evitar el sacrilegio, las palabras no le salían de la garganta. Así atormentado, con la boca amarga, los ojos inyectados, la cabeza pesada, rezó, se aseó y salió de la celda a cumplir con las obligaciones cotidianas.

El misterio del alba, el silencio, ese recogimiento de los espíritus en el crepúsculo del nuevo día afianzó la quimera. Fué por eso que cuando el hermano José