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Segundo Huarpe

cía que su espectro solía mostrarse en determinadas horas de la noche en el nuevo templo en construcción.

Refiérese que a la imprecación del anciano el usurero echó a reir. Fero algo quedó en su espíritu, algo que le preocupaba... De noche, cuando apagaba la luz, el recuerdo de la maldición era un verdugo que le arrebataba el sueño. Quiso ver por sus propios ojos que no había tales apariciones. Que patraña!...

Una noche clara — porque el usurero quería ver bien — fuése como a las doce de la noche y se sentó en el umbral de una gran portada de la fábrica en obra. Ahí esperó. Pero, como Vds. saben, aquí suele suceder que de buenas a primeras el tiempo se descompone. Así pasó esa noche. No hacía media hora que el usurero estaba muy satisfecho de su hazaña cuando un nubarrón empañó el cielo y todo se obscureció. Nuestro hombre quiso dar por terminada la aventura y se dispuso a emprender el camino de su casa, pero no pudo hacerlo: una fuerza extraña le aprisionaba en el sitio donde estaba. Consiguió ponerse en pie, volvióse hacia atrás, y vió en la obscuridad la figura de un espectro con las manos puestas en actitud de rechazo.

El pobre hombre echó a correr.

Al otro día cuando el anciano de la maldición se asomó a la puerta, vió al usurero de hinojos en el umbral. Estaba loco.

Mi hermana dijo a nuestra madre:

—Diga Vd., madre, y a todos los usureros se les aparece el padre Castro?...

—Sí, hija, a todos los usureros se les aparece el padre Castro.