aqui que el malacara y el alazán tuvieran fe en el alambrado que iba a construir el hombre.
La pareja prosiguió su camino, y momentos después, ante el campo libre que se abría ante ellos, los dos caballos bajaron la cabeza a comer, olvidándose de las vacas.
Tarde ya, cuando el sol acababa de entrar, los dos caballos se acordaron del maíz y emprendieron el regreso. Vieron en el camino al chacarero que cambiaba todos los postes de su alambrado, y a un hombre rubio que detenido a su lado a caballo, lo miraba trabajar.
—Le digo que va a pasar—decía el pasajero.
—No pasará dos veces—replicaba el chacarero.
— Usted verá! ¡Esto es un juego para el maldito todo del polaco! ¡Va a pasar!
—No pasará dos veces—repetía obstinadamente el otro.
Los caballos siguieron, oyendo aún palabras cortadas:
reir!
—... veremos.
Dos minutos más tarde el hombre rubio pasaba a su lado a trote inglés. El malacara y el alazán, algo sorprendidos de aquel paso que no conocían, miraron perderse en el valle al hombre presuroso.
— Curioso!—observó el malacara después de largo rato. El caballo va al trote y el hombre al galope.
— Prosiguieron. Ocupaban en ese momento la cima de la loma, como esa mañana. Sobre el cielo pálido y frío, sus siluetas se destacaban en negro, en man