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Cuentos de amor de locura y de muerte

Al día siguiente se reprodujo la escena; y como esta vez el corso se reanudaba de noche con batalla le flores, Nébel agotó en un cuarto de hora cuatro mensas canastas. Arrizabalaga y la señora se reian, volviéndose a menudo, y la joven no apartaba casi sus ojos de Nébel. Este echó una mirada de desesperación a sus canastas vacías; mas sobre el almohadón del surrey quedaba aún uno, un pobre ramo le siemprevivas y jazmines del país. Nébel saltó con el por sobre la rueda del surrey, dislocóse casi un tobillo, y corriendo a la victoria, jadeante, empapado en sudor y con el entusiasmo a flor de ojos, tendió el ramo a la joven. Ella buscó atolondradamente otro, pero no lo tenía. Sus acompañantes se reían.

Pero loca!— le dijo la madre, señalándole el pecho. ¡Ahí tienes uno!

7 El carruaje arrancaba al trote. Nébel, que habia descendido del estribo, afligido, corrió y alcanzó el ramo que la joven le tendía, con el cuerpo casi fuera del coche.

L Nébel había llegado tres días atrás de Buenos Aires, donde concluía su bachillerato. Había permanecido allá siete años, de modo que su conocimiento de la sociedad actual de Concordia era mínimo. Debía quedar aún quince días en su ciudad natal, disfrutados en pleno sosiego de alma, si no de cuerpo; y he aquí que desde el segundo día perdía toda su serenidad. Pero en cambio, ¡qué encanto!

—¡Qué encanto!—se repetía pensando en aquel rayo de luz, flor y carne femenina que había llegado a él desde el carruaje. Se reconocía real y profundamente deslumbrado, y enamorado, desde luego.