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YAGUAÍ Ahora bien, no podía ser sino allí. Yaguaí olfateó la piedra un sólido bloque de mineral de hierroy dió una cautelosa vuelta en torno. Bajo el sol a mediodía de Misiones, el aire vibraba sobre el negro peñasco, fenómeno éste que no seducía al foxterrier. Allí abajo, sin embargo, estaba la lagartija.

Giró nuevamente alrededor, resopló en un intersticio, y, para honor de la raza, rascó un instante el bloque ardiente. Hecho lo cual regresó con paso perezoso, que no impedía un sistemático olfateo a ambos lados.

Entró en el comedor, echándose entre el aparader y la pared, fresco refugio que él consideraba como suyo, a pesar de tener en su contra la opinión de toda la casa. Pero el sombrío rincón, admirable cuando a la depresión de la atmósfera acompaña la falta de aire, tornábase imposible en un día de viento norte. Era éste un flamante conocimiento del fox — terrier, en quien luchaba aún la herencia del país templado Buenos Aires, patria de sus abue