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Cuentos de amor de locura y de muerte

¡Pero infeliz! no vas a poder dar un paso. Sigue la picada, si quieres.... O mejor, deja esa arma y mañana te haré acompañar por un peón.

Benincasa renunció. No obstante, fué hasta la vera del bosque y se detuvo. Intentó vagamente un paso adentro, y quedó quieto. Metióse las manos en los bolsillos, y miró detenidamente aquella inextricable maraña, silbando débilmente aires truncos. Después de observar de nuevo el bosque a uno y otro lado, retornó bastante desilusionado.

Al día siguiente, sin embargo, recorrió la picada central por espacio de una legua, y aunque su fusil volvió profundamente dormido, Benincasa no deploró el paseo. Las fieras llegarían poco a poco.

Llegaron éstas a la segunda noche un carácter singular.

Dormía profundamente, cuando fué despertado por su padrinoaunque de Eh, dormilón! levántate que te van a comer vivo, Benincasa se sentó bruscamente en la cama, alucinado por la luz de los tres faroles de viento que se movían de un lado a otro en la pieza. Su padrino y dos peones regaban el piso.

—¿Qué hay, qué hay? preguntó, echándose al suelo.

L —Nada... cuidado con los pies; la corrección.

Benincasa había sido ya enterado de las curiosas hormigas a que llamamos corrección. Son pequeñas, negras, brillantes, y marchan velozmente en ríos más o menos anchos. Son esencialmente carnívoras.

Avanzan devorando todo lo que encuentran a su pa Din tired by Google