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Cuentos de amor de locura y de muerte

se lo impidieron. Entonces pareció reflexionar, y después de una atenta mirada al pozo y sus alrededores comenzó a buscarme.

I Como desgraciadamente para el caso, hacía poco tiempo que el tío Alfonso cesara a su vez de esconderse para evitar los cuerpo a cuerpo con sus padres, conservaba aún muy frescas las estrategias subsecuentes, e hizo por mi persona cuanto era posible hacer para hallarme.

Descubrió en seguida mi cubil, volviendo pertinazmente a él con admirable olfato; pero fuera de que la hojarasca diluviana me ocultaba del todo, el ruido de mi cuerpo estrellándose obsediaba a mi tío, que no busçaba bien, en consecuencia.

Fué pues resuelto que yo yacía aplastado en el fondo del pozo, dando entonces principio a lo que llamaríamos mi venganza póstuma. El caso era bien claro: ¿con qué cara mi tío contaría a mamá que yo me había suicidado para evitar que él me pegara?

Pasaron diez minutos.

—¡Alfonso ! — sonó de pronto la voz de mamá en el patiorespondió aquél tras una brusca Seguramente mamá presintió algo, porque su voz sonó de nuevo, alterada.

— Mercedes?

sacudida.

—Y Eduardo? ¿Dónde está? agregó avanzando.

¡Aquí, conmigo! contestó riendomos hecho las paces.

Como de lejos mamá no podía ver su palidez .

Ya he-