das revueltas del bosque. Cerró la noche, y levantóse un furioso vendaval que los llenó de espanto. Por todas partes se les figuraba oir aullidos de lobos que venian á devorarlos. No se atrevian á resollar, ni á volver la cabeza. Cayó de repente una fuerte y copiosa lluvia que les caló hasta los huesos: cada paso era un resbalon, y se caian en el lodo, y se levantaban hechos una miseria, sin saber qué hacerse de las manos. Caga-chitas se encaramó á la copa de un arbol para reconocer el terreno y ver si algo descubria; y volviendo la cabeza en todas direcciones percibió fuera del bosque, y á grandísima distancia, una lucecita como de una vela. Bajó del árbol, y lo mismo fué poner los piés en el suelo que no ver nada. No hay que decir cuanta afliccion fué la suya.
No obstante, despues de caminar mucho tiempo en compañía de sus hermanos hácia el punto en que habia visto la luz, al salir del bosque, pudo descubrirla de nuevo. Buenos sustos pasaron; pues cada vez que tenian que atravesar hondonadas y barrancos, lo que muy á menudo les sucedia, perdian de vista la claridad que les guiaba.
Llegaron por fin á una casa de donde la luz salia, llamaron á la puerta, y una buena mujer que vino á abrirles, les preguntó qué querian. Caga-chitas contestó que eran unos pobres niños que se habian perdido por el bosque, y que por amor de Dios les diese hospitalidad solo por aquella noche. La mujer, viéndoles tan hermosos, se echó á llorar y les dijo:
—¿Sabeis adónde habeis venido, pobrecitos mios?