—Te digo que huelo carne fresca, repitió el ogra mirando de reojo á su mujer; aquí hay gato encerrado. No sé lo que es, pero.... ¡hum! yo huelo algo.
Al decir esto, se levantó de la mesa, y se fué derecho á la cama.
—¡Hola! ¡hola! exclamó: ¿esas tenemos? ¿Con que tú pretendias engañarme, maldita tarasca? No sé cómo no te devoro ahora mismo. Válgate el ser una vieja carroña que me das asco. De otra suerte no te libraras de mis dientes. ¡Ea! ¡perillanes! salgan Vds. acá. ¡Excelentes piezas de caza para obsequiar á los tres ogras amigos que uno de estos días han de venir á visitarme! ¡Magnífico!
El condenado ogra sacó de debajo de la cama uno tras otro á los pobres niños. Las desdichadas criaturas se echaron á sus piés implorando perdon; pero tenian que habérselas con el más sanguinario de los ogras, que léjos de moverse á piedad, los estaba ya devorando con la vista, y decia á su mujer que habian de ser un bocado muy sabroso luego que los hubiese bien condimentado. Cogió un enorme cuchillo y, acercándose á los pobres niños, iba afilándolo en una larga piedra que tenia en la mano izquierda. Ya habia echado la garra á uno de los muchachos, cuando su mujer le dijo:
—¿Qué vas á hacer, hombre? A estas horas de la noche... ¿No seria mejor aguardar á mañana?
—Calla, si puedes, contestó el ogra. Así les ahorro la molestia de aguardar.
—Si sobra la comida: aqui tienes una ternera, dos carneros y medio lechon.