Página:Cuentos de hadas.djvu/125

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—Vengan mis botas de siete leguas, que he de echarles la zarpa á esos tunantes.

Tomó el portante, y despues de correr acá y allá, dió por último con el camino que habian seguido los pobres niños, que solo se encontraban á unos cien pasos de distancia de la casa paterna. Vieron los pobrecillos al ogra, que andaba de montaña en montaña y que saltaba los anchos rios como si fuesen arroyuelos.

Caga-chitas, que vió muy cerca de donde estaban una peña hueca, mandó a sus hermanos que se metiesen dentro y él se escondió tambien, sin apartar la vista del ogra un solo instante. El ogra, que se encontraba muy fatigado á causa del largo camino que inútilmente habia hecho (porque las botas de siete leguas pesan como plomo), tuvo necesidad de descansar, y casualmente fué á sentarse en la peña dentro de la cual se habian agazapado los muchachos. Como estaba tan rendido, al poco tiempo se le cerraron los párpados, y comenzó á roncar tan descomunalmente, que las pobres criaturas no tuvieron tanto miedo cuando con su enorme cuchillo quiso degollarlos.

Caga-chitas, que tampoco las tenia todas consigo, dijo á sus hermanos que miéntras el ogra roncaba se escurriesen de prisa y corriendo hácia casa, y que no pasasen por él ningun cuidado. Aceptaron de mil amores tan prudente consejo, y lograron ponerse en salvo. Caga-chitas se acercó al ogra, le sacó con mucho tiento las botas, y se las puso al instante. Eran muy largas y muy anchas; pero como estaban encantadas, tenian la virtud de ensancharse ó encogerse á medida de las piernas del