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ó sentado á la orilla de una fuente, abismado en profundas cavilaciones. Habíanle enseñado algunos principios de música, y empleaba una parte del dia en cultivar este arte, manifestando al mismo tiempo una aficion naciente á la poesía. Estos caprichos sobresaltaron al sábio Eben Bonabben, el cual trató de desvanecerlos por medio de un curso de álgebra; mas el príncipe tenia horror á todo lo que era cálculo: «No puedo soportar el estudio del álgebra, dijo; necesito alguna cosa que hable á mi corazon.

—¡Medrados estamos! dijo para sí el sábio preceptor, meneando la despoblada cabeza. ¡Adios filosofía! el príncipe ha descubierto que hay corazon.» Desde entonces dobló la vigilancia con que celaba todos los