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cinto, y dirigian desde allí sus tiros sobre Granada y sus inmediaciones. Por fin, puso el gobierno la mano, y desapareció este desórden: la plaza fue enteramente purificada, quedando solo en ella aquellos moradores de notoria honradez, y cuyo derecho de residencia era incontestable; demoliéronse la mayor parte de las casas, y únicamente se conservó una pequeña aldea, el convento y la parroquia. Durante las últimas guerras de la península, habiendo ocupado los franceses á Granada, pusieron una guarnicion en la Alhambra: alojóse el comandante en el palacio, y este monumento de la grandeza y de la elegancia de los moros, se salvó entonces de una completa devastacion por efecto de aquel gusto ilustrado que distingue