38 Carlos Gagini
la única habitación de su casucha y tenerle siempre a su lado! ¡Paciencia! Sí... Jorge tenía razón... ¿Cómo conquistarse buena posición social, si los vecinos se enterasen de que era hijo de la bruja?
La acogida que le dispensó el señor Rodríguez no pudo ser más cordial: bien es verdad que a su competencia unía el joven cierta distinción de maneras y una formalidad que le captaban las simpatías de todos.
Poco a poco se granjeó la voluntad de de su patrón y llegó a manejar todos los negocios de la casa.
Imposible pintar la satisfacción de la Tía Mónica al ver los progresos de su hijo y el legítimo orgullo con que oía a los vecinos ponderar las prendas del joven forastero. Habría dado los años de vida que le quedaban, por poder decir, a todo el mundo: «ese joven que tanto elogiáis es hijo de esta vieja y su educación es obra de esta pobre bruja!» Y en la imposibilidad de hacer tan imprudente revelación, la Tía Mónica se alejaba suspirando.
Su instinto maternal descubrió una noche un secreto importante. ¡Jorge estaba enamorado! Tenía el señor Rodríguez una hija bellísima y modesta—Anita—y entre ambos jóvenes brotó desde el primer momento una corriente de simpatía que la convivencia convirtió pronto en amor. Estaba resuelto a confesarlo todo a su