Cuentos grises 51
pultarse en las aguas del Golfo de Nicoya [1]. Tan inexplicable fenómeno fué lo único que nos ocurrió durante la travesía. A las diez de la noche desembarcábamos cerca de Tivives y después de cubrir el tesoro con ramas y algunas mantas sacadas de la gasolina, nos echamos en el suelo y nos dormimos profundamente. Cuando los rayos del sol me despertaron miré en torno mío: mi compañero no estaba allí: miré hacia el mar ¡la lancha había desaparecido! Lo comprendí todo: el infame había huido con el tesoro. Cuando llegué a Puntarenas, a pie y destrozado, la gasolina estaba allí, pero el ladrón había tomado el tren para San José. Observé que todos me miraban con curiosidad y recelo: me encerré en mi cuarto, tuve fiebre y creo que deliré toda la noche. Al siguiente día unos amigos me condujeron a la estación, uno de ellos me acompañó en el tren y al llegar a la capital encontré a mi familia esperándome afligida. Quise ir al punto en busca del traidor para exigirle lo que era mío; pero me lo impidieron mis parientes. Protesté, di voces, referí a gritos lo ocurrido, me sujetaron, forcejé... Después no supe de mí hasta que me encontré en la celda número 910 del Asilo Chapuí en donde he vivido un año sin más compañía que mi libro favorito, El escarabajo de oro, de Edgardo Poe.
- ↑ Alude al terremoto que destruyó a Cartago en la tarde del 4 de Mayo de 1910.