54 Carlos Gagini
entre dientes: «Me conviene, no hay duda». Era un hombre de unos cuarenta y cinco años, fornido, moreno, de fisonomía inteligente y enérgica. Feliciano, o Chano, como le llamaba todo el mundo, había servido seis años en los vapores ingleses de la India; pero cuando se casó echó el ancla en su pueblo natal y se dedicó al aleatorio negocio de la pesca. Nadie más valiente, honrado y feliz que él: en su humilde vivienda moraban la dicha y la paz: su esposa, modelo de virtudes; su hija María, guapa, hacendosa y honesta.
Durante el frugal almuerzo discutióse el anuncio del Red Star, y no sin gran trabajo logró Chano convencer a las dos mujeres de las ventajas de su proyecto. De los sesenta dólares les dejaría cincuenta, con los cuales pasarían holgadamente y aún podrían ahorrar algo en dos años. Aquella misma tardé firmó su contrata, y al día siguiente, después de una tierna despedida, regada con abundantes lágrimas; partió para el lejano oriente.
Desde todos los puertos en que hizo escala el yate, escribió largas cartas a su familia, sin esperar contestación, pues no lo permitía el caprichoso itinerario del doctor Evans. Durante dos años recorrieron los expedicionarios casi toda la región central de la India y volvieron a Puntarenas para despachar a Europa las anti-