80 Carlos Gagini
mí... no sé, no quiero pensarlo, no me atrevo siquiera a imaginarlo... Pero partió al siguiente día y le esperé en vano, y con la ausencia volví a la razón y me detuve al borde del abismo. Yo misma aconsejé a mi esposo que nos trasladáramos a Guatemala y él accedió sin sospechar siquiera lo heroico de mi sacrificio.
Nos embarcamos en el Alexander, y como este vapor se hundió pocos días después de habernos dejado en Puerto Barrios, es explicable el error de Raúl al suponer que habíamos perecido en el naufragio.
En San José de Guatemala nació mi hija Olga y allí murió diez años más tarde mi marido. ¿Por qué entonces, ya libre, no pensé en volver a Costa Rica, puesto que el corazón me decía que él no me había olvidado ni me olvidaría jamás?
Al cabo de veinticinco años de ausencia le vi otra vez: pasó por mi calle, sin sospechar que me tenía tan cerca. Cuando volvió de la capital al puerto para regresar a su patria no pude resistir a la tentación de verle por última vez y fui por la noche a bordo.
Olga es mi vivo retrato. Yo la enseñé a amar al poeta al través de sus versos, y aleccionada por mí representó la escena que usted conoce. Mi conducta en aquella ocasión parecería extraña a quien no sabe los secretos de las almas femeniles. ¿A qué romper el encanto de nuestro mútuo ensueño, presentándome enveje-