siempre por la orilla del agua y buscando conchas...
No faltó quien propusiera llamarle, a fin de darle gracias por el artículo y para entablar relaciones. Un redactor de El Liberal, nada menos, no podía ser un pelagatos...
Pero, dominó la prudencia, y se limitaron en la juvenil tertulia, a tiempo que empezaban otro vals los tzíganos, a ir poco a poco concediendo que, si bien algo extravagante con su pequeña estatura, con su media melena y su bigotillo negrísimo y áspero en su palidez histérica y morena de hombre enfermo, no estaba mal el negligé de su panamá y de su traje, con zapatos de buen corte, con bonitos calcetines, con su chaqueta de alpaca y su pantalón de dril kaki arremangado.
— Bueno, pero eso... — dijo Ladi asaz ingenua —, ustedes los hombres son los que nos lo deben presentar en la tertulia. ¿No le conoce, León?
— No, creó que no... ¡Cuando menos, no es el Sastre del Campillo!
— A ver, a ver, ¿cómo se firma?
— Calcedonia.
— Firma nueva. Yo leo siempre El Liberal.
— Lo dicho. ¡Desecho de la redacción! — le lanzó Nita a la napolitana de Valladolid y haciendo romper a todos en una nerviosa carcajada.