Cuando acabó de almorzar, en la taberna de la Concha, era de noche. Fracasada, pues, también la Castellana, adonde pensaba haber ido, como iría en las tardes siguientes, en coche del Casino Militar. ¡Era lo mismo hoy!...
Se fué a casa para acabar de perfilarse, y luego, contento, a la Comedia.
Compraría la butaca más visible.
Pero..., ¡qué tonto! Ni había casi nadie ni Ladi estaba. Naturalmente, habría ido ella a otro teatro. Se aburrió, pues, él. A ratos se fijaba en la función. Le parecía sin méritos, a pesar de gustarle al público bastante, y, como solía ocurrirle siempre que veía comedias, se acordaba de la suya y comparaba..., imaginando cuánto más que ésta agradaría si la pusiesen... Sino que esta noche, además, sobre la amargura del autor inédito, confiado en sí propio, no obstante, cayó el tremendo punzazo de su necesidad de dinero... Sólo el teatro le podía proporcionar súbitamente la desahogada posición capaz de quitarle visos de