— ¡Bien!... ¡Vosotras... tenéis otra libertad! — repuso para atajar la conversación con un asomo de reproche digno, seco, que picó a Gloria.
— ¡Cómo! ¿Más libertad? ¿Y las señoritas?... He servido desde entonces a bastantes, y podría contar de señoritas largo y tendido. ¡Oh! En estas cosas no hay señorío que valga, y no es preciso ir a los bailes... ¿Conoce usted a Salvadora Villarreal?
— De vista.
— Pues a la reja, Salvadora Villarreal, cuando yo servía en su casa frente al Parque... ¡qué! ¡a media noche la dejó en camisa el novio!
— ¡En camisa!... ¡Oh, Gloria!
— Pero así como le digo a usted, yo que lo sé, porque se me vino llorando a mi cuarto a despertarme, ¡si usted no conoce el mundo, señorita!..., llorando a suplicarme que saliese a pedirles sus ropas a aquellos tres: al novio y dos amigos del novio, que habían sido también los novios primeros, todos en broma y en jarana por apuesta... saliendo, cuando ya estaba ella desnuda, de unos árboles.
— ¡Oh! ¡Calla! ¡Calla, Gloria!... ¡¡Qué sinvergüenza!!... ¡Eso es mentira, Gloria!... ¡¡Se necesitaría ser indecente para eso!!
Habíase levantado la chiquilla con nerviosa indignación, y Gloria se acercó para cogerle la barba, siempre sonriente...
— ¡Pobre Petrita! La verdad es que no me