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Página:Cuentos ingenuos.djvu/298

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VII


Desde entonces se quisieron como dos hermanos, y se reunían todas las tardes en la azotea, saltando la pared.

Por eso, en cuanto Elia terminaba de cuidar a los animales, acercábase a la tapia y preguntaba sonriente:

— ¿Subo?

— Sí, sube.

Un momento después estaban juntos en la azotea de Rodrigo.

— Tengo que decirte una cosa — díjola éste una tarde —: que te veré en el circo. Nos lleva mi mamá en la semana que viene, el día de la Virgen, que nos quitamos el luto.

Elia se alegró. ¡Claro! ¡Qué tontería no haber visto nunca el circo! Se debía ver todo, y por eso le gustaba viajar a ella. Muchos circos, muchos teatros había visto. Estuvo en Londres, en Berlín, en Lisboa, en Barcelona, en Madrid, y se había embarcado también, de chiquitilla, para ir a los Estados Unidos. Lo que le gustó más fué