hombros contra el pecho del muchacho..., que sonreía.
Era la campana gorda, tocando a vísperas, y como ella lo había comprendido en seguida, reíase también, de modo que no hizo sino sobrecogerla ya un poco el segundo campanazo. Sin tiempo de separarse de su amigo, miraba la campana y seguía riendo...
— Escucha. Haz así.
Mientras la campana continuaba tocando, le ponía y le quitaba alternativamente a Elia las manos en los oídos para quebrantar en picado ritmo el zumbido formidable. Cuando ella se levantó tuvo que desenredar un rizo de su melena, preso en un botón de la blusa de Rodrigo.
— Oye, tú eres tan guapa como mi hermana — dijo éste.
Elia sonrió.
— Madame Andrée dice que soy como mi madre.
— ¿Estabas tú cuando a tu madre la mató el caballo?
— Sí, estaba. Y me acuerdo. Fué Kinder, un potro negro que tenemos todavía, con un lucero en la frente. Mi madre montaba a la alta escuela, con traje de amazona, también negro. Saludaba al concluir un ejercicio, pero se conoce que el director hizo seña distraídamente a la orquesta, y así que Kinder oyó el galop, partió de un salto, que arrojó contra una columna a mi madre...
— ¿Qué hiciste tú?