"Voy con María. Espéranos. — Octavio."
María era mi amante.
Octavio, el escritor neurótico de palabra helada, estaba medio loco. Por su modo extraño de sentir y por su modo extraño de adorar la belleza pagana de su esposa.
Un escéptico que creía en todo.
Cuando llegó el exprés y vi a María en un reservado, corrí a saludarlos; pero ella, abriendo la portezuela y separándose para mostrarme el fondo, dijo desoladamente:
— Allí venía él.
— ¡Octavio!
— Muerto — respondió tan bajo y tan secamente, que apenas la oí.
Luego, sin derramar una lágrima, saltó al andén, me suplicó silencio, indicó por señas a un mozo que nos siguiera con el equipaje, entre cuyos objetos reconocí el sombrero de mi amigo, y nos dirigimos al hotel a la carrera del ómnibus.