estuvieran proscritas las preocupaciones, y donde el pensamiento pudiera brotar y dilatarse libremente como el humo de un vapor en el aire limpio de los mares... Mi sorpresa, pues, no tuvo límite al descubrir que entre estas gentes del talento se alzaban con cada palabra intransigencias mil veces más ruines que las de los ignorantes. La frase inofensiva, con tal que fuese afortunada, la retorcía la vanidad y la convertía en insulto; el triunfo ajeno lo trasformaba en odio la envidia; el razonamiento feliz era rechazado con la brutalidad del sectario; y todo esto, como trámite fatal, conducía al botellazo primero y al lance de honor algunas veces.
— Pongamos un medio por ciento.
— Es mucho.
— No. Exacto. La proporción de esos desafíos en que paga las tarjetas rotas el camarero. Uno por doscientas botellas... Pero dime de una vez, ¿por qué es tu lance?
— A eso voy; precisamente por haber esquivado aquellos otros y los argumentos de cristal. Como yo creo que no había de convencer a ningún polemista rompiéndole la cabeza, ni había de quedar convencido porque me la rompiesen a mí; como creo que nunca puede constituir caso de honra una disputa de café, que no es ordinariamente sino un caso de vanidad, más digno que de un lance de honor,