a considerar la clase de temor que pudo asaltarme, ha sospechado, por primera vez, que soy un cobarde. Lo comprendí en no sé qué asesinamente compasivo de sus ojos! — Una hora después desafiaba yo a Alberti. El botellazo, razón de café, fácil, terminante. Probaré mi valor, puesto que es indispensable.
— Perdóname — le dije —; lo que así pruebas, por primera vez, es tu cobardía. Te suicidas.
— De un modo teatral. En un escenario, con amigos y público en los palcos, a la última. Sólo que me suicidarán de verdad; y el suicidio es de valientes: esta idea, si no es de Schopenhauer, debiera serlo.
Me ha sido imposible convencer a Celso de su temeridad, y me he separado de él abrazándole con pena, como a un sentenciado.
Sin embargo, ¡quien sabe! El desafío es mañana. Más que el pulso de un desesperado puede temblar el de un bravo de oficio...