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Cuentan las crónicas de aquel país de hidalgos, que ha muchos años, fué encontrada en lo espeso de las montañas una cueva sombría.

Dentro de ella, respetado por los siglos, dormía un ermitaño el sueño eterno. Su faz alargada por los ayunos, era la imagen misma de la serenidad.

Guardando el olvido del severo asceta, echado a sus pies, con las crines rebeldes y el mirar tranquilo, custodiábalo un león.